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jueves, 14 de marzo de 2024



Ángela se levantó temprano, como todos los días. Hizo la comida de su hermano, limpió el apartamento, lavó la ropa y se bañó. A continuación, fue a la carnicería y compró carne de res, de pollo y de cerdo. Regresó al apartamento y se puso a preparar la carne. Mientras lo hacía, el hombre de su vida salió del cuarto descalzo, sin camisa, con una pantaloneta deportiva original de las que utilizan los beisbolistas grandes ligas para practicar, y que Ángela llamaba enagua, porque era grande y holgada como una falda. Él se plantó a su lado. Tenía la cara embotada, los ojos legañosos y el pelo desordenado. Sus largos brazos velludos rodearon el menudo cuerpo de ella y le dio un beso sin abrir la boca para que no le saliera el mal olor de los recién levantados. Ángela sintió la presión de su peludo y ancho pecho y su peluda y abultada barriga de cervecero. Si no fuese porque lo amaba, habría pensado que un oso la atrapaba en sus zarpas, como a un conejillo de indias temeroso y frágil. La forma de querer de él era salvaje a veces.

-¿Dónde la compraste, en la Olímpica? -le preguntó mirando la carne.

-No -respondió Ángela-. La compré en la carnicería que te dije de Villas de La Candelaria.

-¿Compraste limón? 

-Unos cuántos. ¿Vas a desayunar?

-No tengo hambre -dijo él, sentándose en una silla recostada a una pared divisoria en mitad de la sala, cerca del mesón de la cocina-. Dame mejor un zumo de limón.

Ángela exprimió cuatro limones en un vaso, lo rellenó con agua fría y se lo dio.

-Era nada más el zumo -dijo él.

-Está puro -dijo Ángela.

-Échale azúcar entonces. Haz una limonada.

Ángela endulzó el agua con limón y le preguntó si la quería con hielo.

-Déjala así -dijo él.

Ángela terminó de preparar la carne y la metió en el congelador de la nevera. Le sirvió el desayuno a él. Lo dejó comiendo en el comedor y fue al cuarto que faltaba por hacer; no lo había hecho porque su pareja se encontraba allí durmiendo. Aprovechó ahora que el cuarto estaba solo y se metió. Pero cuando lo limpiaba, él entró y se acostó en la cama con un libro que agarró de un montón que había al lado, sobre una mesita redonda de pasta.

-¿A ti qué, no te gusta ver esto limpio y ordenado? -le reprochó Ángela.

-Pero si no interfiero en la limpieza -dijo él.

Ángela lo miró con un gesto de disgusto en el que se podía leer: ¿Cómo voy a limpiar y ordenar el cuarto si tú estás en la cama? La cama estaba desordenada, no podía arreglarla con él allí. Barrió y pasó el trapero apenas. Al cabo de un rato, él salió por fin del cuarto y ella pudo arreglar la cama. Él a veces la componía, pero solamente recogía la manta de taparse y medio alisaba la sábana que cubría el colchón. Ángela, en cambio, no recogía la manta sino que la replegaba por toda la cama y doblaba el borde bajo las almohadas de la cabecera, con estética.

(...)

lunes, 11 de marzo de 2024

Carta de despedida


Nunca he pensado escribir 
una carta de despedida. 
Pese a todos los intentos infructuosos 
por alcanzar de nuevo la iluminación, 
nunca me he rendido. 
Si me rindiera, no estuviera aquí, 
escribiendo esto 
en este momento.
 
A veces divago en torno a la idea 
de terminar con mi vida. 
Una idea romántica y estúpida. 
Imagino las oraciones de la carta 
explicando mi decepción. 

Siento que ya no puedo más. 
                         Lo he intentado todo por vivir 
                                                  la vida que quiero 
                                       y sigo igual. 
                  Estoy harto. 
          Ni siquiera puedo hacer una reseña literaria decente. 
   ¿Qué fue lo que aprendí en la Universidad? 
El pasado ahora lo encuentro brumoso y sin sentido. 
                     Tantos sacrificios, 
                                                  tantas dificultades y carencias 
              ¿para qué?  ¿Para ser 
 un mediocre que no ha podido terminar 
                                                 una simple tesis de grado? 
                Antes la muerte. 

Cada día que pasa 
las posibilidades se agotan 
y me vuelvo más mayor. 
García Márquez dijo una vez 
que loro viejo no da la pata; 
él se refería al aprendizaje de la técnica. 
Me reprocho que mis aspiraciones literarias 
no sean tan fuertes 
porque no tengo juicio; 
                                      una vez que empiezo, 
                                                                         todo se derrumba. 

¿Quizás la falta de constancia se deba 
al hecho de haber perdido la fe en mí?
¿He perdido la fe en mí? 
Tengo las herramientas, 
pero ante eso no hay ayuda que valga. 
La tristeza y la apatía me han cavado un pozo 
profundo en el ánimo, mis sueños continúan 
en la órbita de la procrastinación. 
A sabiendas de que no pasa nada, 
tampoco hago nada; ni siquiera terminar
con esta miserable vida de una buena vez. 

¿Cómo leerían 
mis padres 
una carta así, 
tan patética?

domingo, 3 de marzo de 2024

Apuntes de lectura: El vino de la juventud, de John Fante


Los escritores son como el supremo demiurgo. Crean una obra literaria a su imagen y semejanza. Consciente o no, toman episodios de su propia vida y los transforman con la magia de la ficción. Hay casos en que la vida de los personajes ficticios se funde con la del autor, suscitando asombro y confusión en los lectores. Aunque esto no es más que una treta, lo creado por él es, en el fondo, una autobiografía de sí mismo. La obra de John Fante está íntimamente ligada a su experiencia vital. Quienes conocen su vida saben que nació en E.U, en una familia pobre, su padre era un inmigrante italiano y su madre, aunque nacida también en E.U., era de sangre italiana; que se educó en escuelas católicas y fue quizás un chico problema. En su libro de cuentos "El vino de la juventud", un joven americano de ascendencia italiana narra en primera persona su vida familiar, su infancia en Boulder, Colorado, su educación católica, así como los sueños y fracasos en su tránsito de la adolescencia a la adultez, llevando consigo un verdadero tesoro bajo el brazo: su talento para la literatura.

Temprano en la madrugada

Hace unas horas llovió. No duró mucho. Yo estaba en el primer cuarto sentado ante el computador y la fuerte brisa fría que entraba por la ve...