una carta de despedida.
Pese a todos los intentos infructuosos
por alcanzar de nuevo la iluminación,
nunca me he rendido.
Si me rindiera, no estuviera aquí,
escribiendo esto
en este momento.
A veces divago en torno a la idea
de terminar con mi vida.
Una idea romántica y estúpida.
Imagino las oraciones de la carta
explicando mi decepción.
Siento que ya no puedo más.
Lo he intentado todo por vivir
la vida que quiero
y sigo igual.
Estoy harto.
Ni siquiera puedo hacer una reseña literaria decente.
¿Qué fue lo que aprendí en la Universidad?
El pasado ahora lo encuentro brumoso y sin sentido.
Tantos sacrificios,
tantas dificultades y carencias
¿para qué? ¿Para ser
un mediocre que no ha podido terminar
una simple tesis de grado?
Antes la muerte.
Cada día que pasa
las posibilidades se agotan
y me vuelvo más mayor.
García Márquez dijo una vez
que loro viejo no da la pata;
él se refería al aprendizaje de la técnica.
Me reprocho que mis aspiraciones literarias
no sean tan fuertes
porque no tengo juicio;
una vez que empiezo,
todo se derrumba.
¿Quizás la falta de constancia se deba
al hecho de haber perdido la fe en mí?
¿He perdido la fe en mí?
Tengo las herramientas,
pero ante eso no hay ayuda que valga.
La tristeza y la apatía me han cavado un pozo
profundo en el ánimo, mis sueños continúan
en la órbita de la procrastinación.
A sabiendas de que no pasa nada,
tampoco hago nada; ni siquiera terminar
con esta miserable vida de una buena vez.
¿Cómo leerían
mis padres
una carta así,
tan patética?
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