A Miguel Polo Rosas
no le gustaba estudiar, pero si le preguntabas qué quería ser cuando fuese
grande respondía que presidente. En realidad, era una aspiración bastante asequible
en su caso. Sólo hace falta un astuto manejo de influencias, cinismo para la
demagogia y carisma para hablarle al rebaño; no hace falta estudiar ni pensar
por ti mismo. Y como a Miguel no le gustaba estudiar, mucho menos podía formarse
un criterio propio acerca de las cosas.
Miguel estudiaba en una escuelita pública
llamada El Edén. Era hijo único y vivía al cuidado de su abuela, una señora que
no sabía leer. Su madre trabajaba en casas de familia como doméstica, no tenía
mayores estudios que los del bachillerato y una carrera técnica, que hizo a
duras penas porque sus papás no tenían dinero y, sin embargo, nunca ejerció. Su
padre los había abandonado para irse con otra mujer y se olvidó de que existían.
-Espero que un día no te arrepientas -le
dijo la mamá de Miguel antes de que se marchara.
La abuela Samanta dejaba actuar al nieto a
su libre albedrío porque no tenía las herramientas de cómo guiarlo. Él jugaba vídeo
juegos todo el tiempo, no hacía caso y era desobediente, reacio a todo lo que
tuviera que ver con el estudio. Georgina, su madre, le pagaba a personas
particulares para que lo ayudaran con las tareas del colegio, cuando ella no podía, pues
era quien se las hacía. Así lo acostumbró.
Pero Miguel tenía una labia del demonio que
engatusaba a los profesores. Su carisma lo llevó incluso a ser representante de
su grupo en varias ocasiones, y el último año de bachillerato fue personero
estudiantil.
Por ser de bajos recursos, presentó el
examen de ingreso en la Universidad de Cartagena, pero no pasó. Así que solicitó
un crédito a una entidad bancaria y, tras sortear miles de obstáculos, ingresó
a una universidad privada a estudiar ciencias políticas. No hace falta decir que todos los trabajos de las asignaturas los mandó hacer, que los cursos los
aprobó sin haber aprendido nada. Como ya se ha dicho, lo único que lo salvaba
era la lengua. Fue así como se dio a conocer por redes sociales, hablando de la
situación política del país y criticando a los congresistas de la república. Rápidamente adquirió
visibilidad y no tardó en ganarse el odio de unos y el apoyo de otros. Estos
eran los de las bancadas de derecha. Miguel arremetía contra las políticas
sociales de la izquierda. Y había gente que no entendía por qué, viniendo él de
una familia pobre, hacía proselitismo con las ideas neoliberales de la derecha,
el bando que sólo favorecía a los ricos. No tardó Miguel en relacionarse con ellos,
asumiendo un rol más de lacayo que de igual. No obstante, consiguió una curul de
congresista en el gobierno. Entonces, antes de trasladarse a Bogotá, apareció
su padre, apareció llorando para que lo perdonara.
En la casa de Nariño daba discursos vehementes y, pasado un tiempo, en vista de que la derecha que él defendía se había quedado sin candidatos para dirigir el país, lo postuló a él y ganó las presidenciales. A los dos años de mandato lo metieron preso. Había firmado contratos ilegales y favorecido a personajes oscuros e invisibles del narcotráfico enquistado en la derecha. Algunos lo conminaron diciéndole que, si no se quedaba callado, le iba a suceder lo peor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario