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lunes, 13 de mayo de 2024

John Fante


Hace tiempo vengo leyendo la obra de Fante, autor muy poco leído en el mundillo literario. Llegué a él a través de Bukowski, quien conoció la fama en vida y ha tenido la suerte de ser reconocido aún después de muerto, hasta el punto de que incluso gente del común sin el exquisito hábito de la lectura lo ha leído. Fante fue su maestro, y lo recuerda en ese gran relato titulado Conozco al maestro. Un hombre que desbordaba ingenio y vitalidad con la palabra escrita. He aquí un fragmento de Camino de Los Ángeles donde el protagonista Arturo Bandini, alter ego cínico del autor, tiene una hilarante conversación con su tío:

    Después del postre las mujeres se levantaron y salieron. Mi madre cerró la puerta. Todo parecía premeditado. El tío Frank fue al grano encendiendo la pipa, apartando unos platos y apoyando los codos en la mesa. Se quitó la pipa de la boca y agitó la cazoleta bajo mi nariz. 
    —Mira, pequeño hijoputa —dijo—; no sabía que también fueras un ladrón. Sabía que eras un vago, pero por Dios bendito que no sabía que fueras un ratero. 
    —Tampoco soy un hijoputa —dije. 
    —He hablado con Romero —dijo—. Sé lo que hiciste. 
    —Te lo advierto —dije—. Con vocablos inequívocos te advierto que no vuelvas a llamarme hijoputa. 
    —Le robaste diez dólares a Romero. 
    —Tienes una osadía colosal, una presunción inusitada. No alcanzo a entender por qué te permites la libertad de ofenderme llamándome hijoputa. 
    —¡Robar a tu jefe! —dijo—. Te parecerá bonito. 
    —Te digo otra vez, y con toda sinceridad, que, a pesar de tu mayor edad y de nuestro parentesco, te prohíbo terminantemente que utilices apelativos ignominiosos como hijoputa para referirte a mí. 
    —¡Un sobrino vago y ladrón! Es asqueroso. 
    —Advierte, por favor, querido tío, que puesto que prefieres vilipendiarme llamándome hijoputa, no me queda otra alternativa que hacer hincapié en tu propia infamia. En resumen, si yo soy un hijoputa, resulta que tú eres el hermano de la puta. Chúpate ésa. 
    —Romero podría haber hecho que te detuvieran. Siento que no lo hiciese. 
    —Romero es un monstruo, un gigantesco impostor, un gusano que impone. Sus acusaciones de piratería me dan risa. No me inmutan sus estériles imputaciones. Pero he de recordarte una vez más que pongas freno a tu catálogo de obscenidades. No estoy acostumbrado a que me ofendan, ni siquiera los parientes. 
    —¡Cierra el pico, niñato! —dijo—. Estoy hablando de otra cosa. ¿Qué harás ahora? 
    —Hay miríadas de posibilidades. 
    —¡Miríadas de posibilidades! —dijo con desdén—. ¡Ésta sí que es buena! ¿De qué demontres estás hablando? ¡Miríadas de posibilidades! 
    Di unas chupadas al cigarrillo y dije: 
    —Supongo que abordaré la profesión literaria ahora que he terminado con la variedad proletaria de Romero. 
    —¿Que abordarás qué? 
    —Mis proyectos literarios. Mi prosa. Quiero proseguir mis experimentos literarios. Soy escritor, ¿sabes? 
    —¡Escritor! ¿Desde cuándo eres escritor? Eso es nuevo para mí. Sigue, ésta no la conocía. 
    —El instinto de escribir siempre ha estado latente en mí —dije—. Ahora está en proceso de metamorfosis. El periodo de transición ha terminado. Estoy en el umbral de la expresión. 
    —Manda cojones —dijo. 
    Saqué el cuaderno del bolsillo y pasé las páginas con el pulgar. Las pasé tan aprisa que no pudo leer nada, pero sí ver que había algo escrito. 
    —Son notas —dije—. Notas ambientales. Estoy escribiendo un simposio socrático sobre el puerto de Los Ángeles desde la época de la conquista española. 
    —Veámoslo —dijo. 
    —Ni hablar. Cuando esté publicado. 
    —¿Cuando esté publicado? Lo que hay que oír. 
    Me guardé el cuaderno en el bolsillo. Olía a cangrejo. 
    —¿Por qué no te animas a ser un hombre? —añadió—. Harías feliz a tu padre, allá arriba. 
    —¿Dónde? —dije. 
    —En la otra vida. 
    Lo había estado esperando. 
    —No existe la otra vida —dije—. La hipótesis celestial es mera propaganda inventada por los ricos para engañar a los pobres. Niego la inmortalidad del alma. Es la eterna ilusión de una humanidad engañada. Rechazo categóricamente la hipótesis de Dios. La religión es el opio del pueblo. Las iglesias deberían transformarse en hospitales y servicios públicos. Todo lo que somos o esperamos ser se lo debemos al diablo y a su contrabando de manzanas. Hay setenta y ocho mil contradicciones en la Biblia. ¿Es la palabra de Dios? ¡No! ¡Niego a Dios! ¡Lo acuso con coléricas e incontenibles imprecaciones! Acepto el universo ateo. ¡Soy monista! 
    —¡Lo que eres es un chiflado! —dijo—. Un obseso. 
    —No me entiendes —dije sonriendo—. Pero no pasa nada. Ya había supuesto que no lo entenderías; y esperaba los peores hostigamientos en el ínterin. No pasa nada. 
    Vació la pipa y agitó el dedo bajo mi nariz. 
    —Lo que tienes que hacer es dejar de leer esos dichosos libros, no robar, hacerte un hombre y trabajar. 
    Apagué el cigarrillo. 
    —¡Libros! —dije—. ¡Qué sabrás tú de libros! ¡Tú! Un ignaro, un Burrus Americanus, un zoquete, un torpe cobarde con menos sentido común que una comadreja. 
    Se quedó callado y llenó la pipa. No añadí nada porque era su turno. Me observó mientras pensaba la respuesta. 
    —Tengo un trabajo para ti —dijo. 
    —¿De qué? 
    —No lo sé aún. Ya veremos. 
    —Tiene que amoldarse a mis facultades. No olvides que soy escritor. Me he metamorfoseado. 
    —No me importa lo que te haya pasado. Vas a trabajar. Quizás en las fábricas de conservas. 
    —No sé nada sobre fábricas de conservas. 
    —Bueno —dijo—. Cuanto menos sepas, mejor. Sólo se necesita una espalda fuerte y una mente débil. Tú tienes las dos cosas. 
    —No me interesa el empleo —dije—. Prefiero escribir prosa. 
    —Prosa…, ¿qué es prosa? 
    —Eres un burgués conformista. Nunca conocerás la buena prosa por mucho que vivas. 
    —Debería romperte la crisma. 
    —Prueba. 
    —Pequeño cabrón. 
    —Analfabeto americano. 
    Se levantó y abandonó la mesa echando chispas por los ojos. Se dirigió a la habitación contigua y habló con mamá y con Mona, diciéndoles que habíamos llegado a un acuerdo y que iba a empezar una nueva vida. Les dio algún dinero y le dijo a mi madre que no se preocupara por nada. Fui a la puerta y cuando se fue le hice una seña de despedida con la cabeza. Mi madre y Mona me miraron a los ojos. Se figuraban que saldría de la cocina con las mejillas arrasadas de lágrimas. Mi madre me puso las manos en los hombros. Habló con suavidad y dulzura, pensando que tras la charla con el tío Frank me sentiría muy infeliz. 
    —Ha herido tus sentimientos —dijo—. ¿Verdad, pobrecito mío? 
    Le aparté los brazos. 
    —¿Quién? —dije—. ¿Ese cretino? ¡Por todos los diablos, no! 
    —Tienes cara de haber llorado. 
    Entré en el dormitorio y me miré los ojos en el espejo. Estaban tan secos como siempre. Mi madre se acercó y se puso a enjugármelos con el pañuelo. Hay que joderse, me dije. 
    —¿Puedo preguntar qué haces? 
    —¡Pobrecito mío! No pasa nada. Estás avergonzado. Lo entiendo. Las madres lo entienden todo. 
    —¡Pero si no estoy llorando! 
    Se fue decepcionada.

domingo, 12 de mayo de 2024

Vulgaridad


"En 1965, enseñé el manuscrito de La broma a un amigo, excelente historiador checo. Me reprochó con vehemencia ser vulgar, humillar la dignidad humana de Helena. Pero ¿cómo evitar la vulgaridad, esa indispensable dimensión de la existencia? El ámbito de lo vulgar se encuentra abajo, allí donde reina el cuerpo y sus necesidades. Vulgaridad: la humillante sumisión del alma al reino del abajo. La novela captó por primera vez el inmenso problema de la vulgaridad en el Ulises de James Joyce."

Milan Kundera, El arte de la novela

Émile Zola


Hace años leí una novela de Zola que me agradó tanto que la leía en voz alta. Se llama La obra y narra las aventuras de un pintor en París. Recuerdo la sensación de placer que me embargaba cuando leía sus páginas. Una creación menor frente a sus novelas más emblemáticas. Lo importante es la emoción que te suscita, la relación de afecto que hay entre un texto y tú, sea cual sea.

Casa del Diablo


La mamá de un amigo del barrio me contó su infancia en esa población, todo lo que vivió y padeció. Algo que nada más he visto en las películas. Una realidad muy dura en la que abundaba el miedo; caminar, ir hacia algún lado, incluso estar en la propia casa no era seguro. Había mucho plomo a la orden del día. Batallas campales que se anunciaban y quien estuviera por en medio llevaba del bulto. Infinitas historias de ultraje y perversión. Ocurrían los peores crímenes que se pueden cometer. Dos familias enfrentadas por el control del territorio, cuyo verdadero nombre es Ciénaga. La policía era una mera decoración, la justicia no existía. Tráfico de armas y drogas. Impunidad total. Nadie sabe quién le puso el sobrenombre de Casa del Diablo al lugar, pero se lo dejaron, y todo el mundo le llamaba así porque las atrocidades que allí sucedían sólo pueden ser en la casa del maligno. Eso sonaría bien en una novela. Curiosamente, en Ciénaga hay una mansión señorial que se llama la Casa del Diablo, es una ruina abandonada.

Puedo ver todo en mi imaginación.

jueves, 9 de mayo de 2024

A. S. Byatt


Acabo de descubrir a la autora inglesa A. S. Byatt con un cuento llamado "Material en bruto". Al principio casi que abandono la lectura, en apariencia sin mucha profundidad, sencilla; pero después me fue seduciendo la trama. Pensé que podía decirme algo sobre el oficio del escritor y sí, lo dice. El trágico final, que no me esperaba, le dio el plus definitivo al cuento.

Ribeyro


Leyendo cuentos de Ribeyro tengo que ir al diccionario (Google) a buscar una palabra de significado desconocido. Pese a no ser un autor de lenguaje difícil, sobrecargado o enrevesado, se da cuenta uno del gran vocabulario y conocimiento que tenía de las palabras. Aunque su lenguaje es sencillo y asequible, poco me gusta su estilo. Pero sin duda es uno de los grandes cuentistas latinoamericanos.

Oncocit USA, la compañía que vende curas para el cáncer



¿Cuántos profetas bien vestidos no vienen a menudo con la buena nueva de una panacea que cura casi por arte de magia nuestros males? Gente sin escrúpulos del sector de la salud, disfrazados de empresarios, compran pauta en reputados medios nacionales y promocionan un antídoto para el cáncer que cuesta veinticinco mil dólares -alrededor de cien millones de pesos colombianos-, suma que cualquier persona adinerada pagaría si estuviera en esa triste situación. La organización que ofrece esta supuesta cura se llama Oncocit y es de Estados Unidos, aunque opera en muchos países de Latinoamérica. 

Contexto: el 17 de julio de 2023 una periodista de la revista Cambio aquí en Colombia publicó un artículo que denunciaba a Oncocit por estafar personas enfermas de cáncer con la venta de un tratamiento de inmunoterapia de ocho dosis inyectadas que dura dos semanas, promete desaparecer la enfermedad y lo hacen a domicilio. Dice que la empresa no está avalada por el Invima ni la FDA. Nadie la conoce y no hay noticia de su tratamiento en revistas científicas. Y al parecer su dirección con sede en Estados Unidos es una oficina virtual, fantasma. Luego de la publicación, representantes de Oncocit trataron de comprar una pauta de publicidad favorable y le transfirieron desde Panamá la suma de mil cuatrocientos veinte dólares a Cambio, la que el director de la revista devolvió. Ahora han hackeado la revista en varias ocasiones y enviaron una nota muy cortés en donde pedían que se eliminara el molesto artículo, o si no, la página de la revista saldría de servicio y la borrarían. Según las autoridades, no son ningunos pintados. Crimen organizado de alto nivel.

"No vamos a retirar el artículo. Vamos a dar la pelea, hasta que la justicia toque a su puerta", dijo el director de la revista Cambio, Federico Gómez Lara, en una reciente entrevista para la W Radio. "Una situación muy grave en la que mucha gente ha caído, con la gravedad que no solamente están ante una estafa y no curan su enfermedad sino que estas personas los hacen firmar un acuerdo de confidencialidad para que no puedan hablar del tratamiento y muchas veces los instan a dejar de recibir las quimioterapias". 

El asunto, como dijo el periodista Daniel Coronell, parece de película ciertamente. Y no es para menos, debido a la magnitud del caso y lo que está en juego: la vida de personas enfermas. Quizá muchos no hayan visto esa buena película de Jean-Marc Vallée llamada El club de los desahuciados, en donde el protagonista, un hombre contagiado de VIH, descubre que el medicamento que le suministran en el hospital para tratar su enfermedad es tóxico, y lo que hace es agravar su estado en vez de aliviarlo. Así que emprende una búsqueda que lo lleva hasta México y allá encuentra un medicamento que mejora su calidad de vida, el cual tiene que pasar de contrabando porque está prohibido por las agencias estadounidenses. Entonces funda un club más o menos clandestino en el que vende un tratamiento efectivo con una membresía de afiliados. Lo contradictorio es que el medicamento que le ponían en el hospital le hacía daño y era legal. La película nos muestra la podredumbre de un sistema de salud monopolizado y corrompido por el dinero, al que no le conviene que las personas enfermas sanen porque el negocio es la enfermedad. En vista de que muchas veces los tratamientos autorizados por el sistema de salud no cumplen las expectativas, ¿estas acciones por parte de consorcios privados se fundamentan en una verdadera voluntad de erradicar el mal del enfermo? Se puede dar el beneficio de la duda. Pero no nos extraña que una compañía de estas juegue con la vida de la gente, mucho menos si no está registrada legalmente.

Conclusiones

No esforzarme en llevar una vida normal, común y corriente, como la de todos los demás. No me arrepiento de la mayor parte de cosas que he h...