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miércoles, 29 de mayo de 2024

Un lector de diarios


No tenía esperanzas de que me aceptaran el poema en la revista. Era un poema sin estilo, primerizo, burdo, falto de la fuerza y la lucidez necesaria para tratar el tema de que hablaba. Iba a dejarlo por aquí pero mejor lo eliminé.

Por otro lado, en Facebook había visto un post de la editorial Alba (colección rara avis) de un libro de Mónica Dickens, bisnieta de Charles Dickens. Se titulaba Un par de manos y lo busqué de inmediato en Google. Lo encontré en Google Books, pero tenía páginas suprimidas y no estaba completo. Comencé a leerlo y me cautivó su estilo llano, sencillo. Una novela de marcado tinte autobiográfico, narrada en primera persona por Mónica, su alter ego, una mujer estudiada y de muy buena posición, quien, harta de la vida que llevaba, decide buscar trabajo de cocinera o doméstica en el Londres de los años 30. Me han encantado los pocos capítulos que leí. Me pareció que estaba leyendo un diario, cuyo tema es el trabajo. Quizás por eso también me atrapó. Soy un lector de diarios. Me recordó a Diario de una camarera, de Mirabeau, pero siendo que este está escrito de una forma más compleja y rica en cuanto a descripción de caracteres, estados de ánimo, detalles pintorescos.

Abro la gaveta del escritorio y entre todas las cosas que hay allí (pedazos de papel, gafas de trabajo, una pequeña libretica, una memoria USB, cordones de cuero, unas llaves del carro, La oscuridad exterior de McCarthy, un perfume Magnat en su caja sin abrir), veo el encendedor y la cajetilla de cigarrillos Rothmans. 

Me quedaban sólo dos cigarros. Saqué uno, lo prendí, salí para el balcón y fumé allá viendo algunos vehículos que pasaban con su sonido deslizante sobre el pavimento y motos roncando; viendo la tersa oscuridad de un cielo sin estrellas, con una luna menguante brillando en lo alto y, abajo, la avenida solitaria, alumbrada por las luces de los postes. Hoy no había una sola de las prostitutas que se plantan en la otra orilla de la avenida pescando clientes.

Entre las prostitutas hay muchas travestis, algunas hasta ganan más que las propias mujeres. Esto lo sé por lo que he escuchado; no me apetece batir espadas. Aunque lo pensaría si fuese con una sensual Camila Sosa Villada, autora de Las malas. Desde el solitario balcón de mi apartamento en este cuarto piso, no vi a las malas trabajar.

viernes, 24 de mayo de 2024

Sobre la lectura en voz alta


"Como Plinio había explicado, las lecturas públicas del autor estaban pensadas no sólo para llevar el texto al público sino también para devolvérselo luego al autor. Sin duda, Chaucer corrigió el texto de Los cuentos de Canterbury después de sus lecturas públicas (tal vez poniendo en boca de sus peregrinos algunas de las quejas que había oído, como las del Hombre de Leyes, que encuentra pretenciosas las rimas de Chaucer). Moliere, tres siglos más tarde, acostumbraba a leer sus comedias a la criada. “Si Moliere hacía eso”, comentó el novelista inglés Samuel Butler en sus Notebooks [“Cuadernos”], “era porque el simple acto de leer su obra en voz alta le hacía verla con una nueva luz y, al obligarlo a fijar la atención en cada verso, la juzgaba con más rigor. Siempre me propongo leer en voz alta a alguien todo lo que escribo, y en general lo hago; casi cualquiera sirve, con tal de que no sea tan inteligente que me dé miedo. Cuando leo en voz alta encuentro enseguida los puntos débiles en pasajes que, cuando sólo leía para mis adentros, me parecían correctos”."

Alberto Manguel en Una historia de la lectura

Nota: leer también Manifiesto por la lectura y El infinito en un junco de Irene Vallejo, releer Manual de la lectura en voz alta de Jim Trelease. 

miércoles, 22 de mayo de 2024

Saltar al vacío


Siempre que escucho o veo un comentario en un vídeo donde preguntan ¿Qué país es ese?, me recuerda a Juan Rulfo y su cuento Luvina, donde el protagonista llega a ese pueblo remoto en compañía de su mujer y, con asombro resignado, le dice a ella: ¿Qué país es este Agripina? 

Acabo de ver un vídeo donde un joven estaba montado sobre una baranda metálica al borde de lo que parecía un puente, con la intención de suicidarse. El cielo azul de la tarde estaba encapotado de nubes grisáceas. Las pocas personas aglomeradas bajo la estructura le decían al joven que no se fuera a tirar, que pensara en su mamá, que la vida era muy bonita. Las voces tenían acento del interior de país. En la carretera se había amontonado gente en motos y algunos camiones. El joven miraba al vacío y agachaba la cabeza; a veces volvía el rostro hacia las personas que le decían palabras de aliento. Y yo pensando si aparecería la policía, si no lo iban a agarrar. Eso estaba algo alejado de la ciudad. El puente se extendía encima de un valle arbolado, circundado a lo lejos por una profusión de edificios y, más allá, una cadena de montañas. En un momento el joven se irguió. Tal vez se arrepienta de hacerlo. Las personas que abajo le hablaban alzaron la voz. El joven avanzó hacia delante. No sé por qué me sorprendí cuando saltó; era lo que pretendía. Guardaba la esperanza de que no lo hiciera. Pero, ¿quién soy yo para saber lo que va a pasar? 

Así acaba todo.

martes, 21 de mayo de 2024

Temprano en la madrugada


Hace unas horas llovió. No duró mucho. Yo estaba en el primer cuarto sentado ante el computador, escribiendo lo que había hecho en el día y escuchando música con los auriculares. La fuerte brisa fría que entraba por la ventana abierta me hizo dar cuenta que llovía. La lluvia no mojaba dentro porque caía contraria a la ventana. Pero recordé que en el otro cuarto también la ventana estaba abierta. Atravesé la penumbra del apartamento hasta el otro cuarto. La cama se estaba mojando y había una mancha húmeda en el centro del colchón, pero no estaba empapado. Al parecer, no hacía mucho que había empezado ha llover. Por la ventana del balcón de la sala también entraba el agua con la brisa y la cerré. Antes me había asomado. Las luces de las farolas iluminaban el pavimento de la avenida y brillaba con la humedad. Los relámpagos arañaban la oscuridad en el cielo. Debí suponer que iba a llover. Fue una lluvia breve con bastante brisa.

    

sábado, 18 de mayo de 2024

Querida D


Querida D.:

Pensé escribir un relato,
uno probablemente malo
en el que dos seres solitarios
fueran protagonistas de una historia
de amor.
Se trata de un colombiano 
y una mexicana que se conocen 
en el chat de la carita feliz.
Él usa el nombre de un personaje
de una novela de Hesse; ella
el de una heroína flaubertiana.
Ella lo ve monologar en la sala de chat,
lee sus extravagancias, sus barbaridades,
a veces menciona nombres 
de escritores, títulos de libros.
Eso la ha cautivado y decide escribirle.
Él no es muy de hablar en privado,
pero al presentir en sus letras
el misterio de una belleza interior,
entra ya todas las noches 
sólo a hablar con ella.
Y cada día lo seducen más las palabras
que ella le cuenta sobre su vida.
Y cada día la seduce más su locura
y la verdad con que se desnuda ante ella.
La primera vez que se ven por cámara 
no hay sorpresa; se han hablado tanto 
de sí mismos 
que es como si ya se conocieran. 
Así comienza su idilio.
Él espera viajar a México cuando termine
la tesis de grado de la Universidad. 
Quiere rehacer su vida allá, junto a ella. 
Y ambos se contentan de momento 
contándose los sueños que planean 
realizar juntos: ir al cine, bailar 
hasta el cansancio, beber 
hasta perder el conocimiento 
y hacer el amor tan intensamente 
y en los lugares más inesperados
hasta que ella quede embarazada 
de trillizos.

Querida D.,
si te has dado cuenta
ya sabes que la historia 
se trata de nosotros dos.
Antes me enamoraba fácil,
sin verdadero amor;
era una atracción tosca
que buscaba salvarse de la soledad,
como si la soledad fuera un castigo,
una esposa amarga. Ahora
mi relación con ella es igual
a la de los novios que se aman
y se comprenden sin palabras,
de manera fiel. Y es mejor 
estar solo que mal acompañado.

Tú eres una mujer dulce y comprendes
la soledad de los demás, 
porque sabes cuán valiosa es la tuya.
La mirada con la que contemplas 
el dolor humano no se ha endurecido.
Te gusta la literatura, el arte...
Por eso me siento a gusto contigo.
Por eso te escribo estos versos.
Y por favor,
no repares en su pésima calidad,
mira más bien lo que te he dicho.
Con todo mi afecto,

C. A.

miércoles, 15 de mayo de 2024

Recordar

Todo primer intento siempre es el último. Hay que poner el alma en cada cosa que se haga.

martes, 14 de mayo de 2024

Bolañesco


Sucio, mal trajeado,
con una maleta llena de sueños.
Así llegaste a la ciudad de Cartagena
de Indias. Tu inteligencia era apocada; 
habías hecho el examen de ingreso
a la Universidad ya dos veces
y a la tercera fue que pasaste, en una carrera 
para la que se presentaban pocos aspirantes.
Una desconocida maestra de escuela te había
curtido en matemáticas, y no era necesario 
buscar a alguien que te explicara español, 
porque era la materia que más te gustaba,
la que más entendías, según tú.
En realidad eras mediocre.
Habías sido criado en un estúpido pueblo,
en estúpidas escuelas públicas 
plagadas de estúpidos profesores.
Y en tu casa no había una biblioteca con libros.
Tus padres le relegaban a la televisión
la tarea de la educación.
Sucio, mal trajeado y con tus sueños 
guardados como un tesoro bajo el brazo.
Así comenzaste a estudiar Literatura.
Tus notas eran las del estudiante promedio,
ni muy malas, ni muy buenas.
Te esforzabas en hacer las cosas bien.
Pero ibas directo a un abismo insondable,
el abismo en el que caen las almas en pena.
Aunque leías con esmero las lecturas académicas,
tu mente no lograba procesar bien
el sentido de los textos.
Tu mente distraída, cansada por el vicio
arrastraba tu cuerpo vagabundo por noches 
sin nombre,
y querías disfrutar de la vida,
encontrar aceptación,
ser parte de algo.
Cuán equivocado estabas.
Te hacen creer que la función de tu vida
es subir alto en la escala social, 
esa pendiente de Sísifo
cuya subida no es igual para todo el mundo
como tampoco la bajada.
Algunos caen con sordo estrépito;
otros caen con oscuro silencio;
y los menos se quedan brillando
a su manera en algún firmamento.
Pero ¿quién eras tú?
¿Qué querías de la vida?
Nunca antes te lo habías preguntado.
Para llegar a plantearte esas preguntas
primero debías recorrer un camino desolado,
el mismo que recorren los huérfanos.
Tenías una venda en los ojos, estabas
solo, mal vestido, hambriento,
con un montón de sueños bullendo.
Entonces comenzaste a ir a la biblioteca.
Intuías la certeza de que podías
encontrar el sentido de tu vida
en los libros de ficción; anhelabas 
sabiduría para entender las cosas
que nadie te había explicado 
y por las que habías errado.
Tenías que abrirte paso
a través de la oscuridad,
en un abismo de locura.
Estamos solos en nuestro viaje hacia
la nada.
Cuando salías temprano de clases
te iba para la Casa de Bolívar
y agarrabas libros al azar, cualquiera
cuyo título llamara tu atención.
Leías mucho colecciones de cuento
y te gustaba poner varios libros en tu mesa
como si fueran almohadas; te hacían 
sentir cómodo mientras soñabas 
con el sueño de los maestros. 
Una vez viste a un compañero de carrera
-era poeta y había sido publicado
en una revista literaria de la facultad-
esconderse en la pretina del pantalón
un libro de poemas de Rimbaud.
Tú nunca robabas libros de la biblioteca.
La biblioteca era el paraíso y los libros 
eran el fruto del árbol del conocimiento.
En cada libro había algo escrito para ti.
Te sentía a gusto con ellos en esa cueva,
pero nunca hurtabas sus libros; preferías 
prestarlos. 
Así, Al, tras infinitas sesiones
de lectura en una biblioteca
pudiste vislumbrar tu camino.

Conclusiones

No esforzarme en llevar una vida normal, común y corriente, como la de todos los demás. No me arrepiento de la mayor parte de cosas que he h...